Infonueve.com

Cultura

Sábado 6 de febrero de 2016

Una noche donde mamá nos decía que no vayamos

La trastienda del Centro Cultural Pachamama, en el barrio porteño de Villa Crespo, es todo un chasquido.

Entro a la sala, un hombre lee poesía de rima libre, 39 asistentes lo escuchan, chasquean, acá no se aplaude, se chasquea porque hay una vecina que tira lavandina cuando hacen mucho ruido. Son las 0.57 del viernes en el Centro Cultural Pachamama, El Pacha para los amigos, en el barrio porteño de Villa Crespo. Esta noche, casi sacada de un film de Terry Gilliam, puede alterar nuestros parámetros de qué es ser normal.


Hay algunos jóvenes, presumiblemente de vacaciones, pero la mayoría de los habitúes del Pacha no bajan de los 30 años. Son esos adultos con los que nuestra mamá no quería que nos juntásemos, en un lugar al que no querría que fuésemos. El presentador del ciclo no es Guido Kaczka ni Tinelli: viste casi 60 años, luce redonda panza de cerveza y tiene una vieja remera del equipo argentino de Copa Davis, habla entre sorbos de Warsteiner.


Una chica pasa al frente a leer su poesía titulada “Siempre quise ser un poco Julia Roberts (en Mujer Bonita)” la historia sobre la vez que quisieron pagarle por pasar una noche con ella. La poesía tiene pasajes de belleza estética tales como: “El día que me ofreciste plata por sexo volví a mi casa sudando y pisando mierda. El día que me ofreciste plata por sexo era como si por debajo de la mesa tu pija me mirase y me saludase”. ¿Diego Capusotto hablaría de un exceso de coolesterol en sangre?


La Ley de Centros Culturales es extensa y regulariza la situación de lugares a los que define como “el espacio no convencional y/o experimental y/o multifuncional en el que se realicen manifestaciones artísticas de cualquier tipología, que signifiquen espectáculos, funciones, festivales, bailes, exposiciones, instalaciones y/o muestras con participación directa o tácita de los intérpretes y/o asistentes”. También califica los locales según capacidades en clases A, B, C y D. Pero eso no importa, El Pacha no está calificado, ni habilitado, ni interesa; en la misma ciudad donde años atrás morían 194 pibes en un local no habilitado. La policía sabe, los vecinos saben, los asistentes saben; el juego tiene reglas y nadie quiere dejar de jugar ni que el juego termine.


Pasaron las 3 y sigue subiendo gente al escenario improvisado a leer poesías, tocar el piano o la guitarra. La iluminación de la escena consta de dos luces de semáforo (la roja y la amarilla, graciosamente) y una lámpara de techo de la que cuelga una patineta con un foco en lugar de cada rueda y una figura de metal montándola. Una porción ínfima de la pared tiene paneles acústicos, como si un porro a mitad del trabajo hubiera emergido como un mejor plan.


Una de las últimas poetas dice que “lo rubio le da miedo, pero solo como concepto”, eso antes de hablar mal de las judías que van a Miami; porque no es tan fácil calificar a la gente del Pacha como “todos zurdos”. Lo seguro es que esto es normal entre esas cuatro paredes, y es posible que la normalidad sea solo ambiental.